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  Esta letra, llamada indistintamente zeta o zeda, aunque con preponderancia de la primera denominación, se origina en la escritura jeroglífica bien como representación esquemática de una especie de carro de tiro para transportar mercancías o bien como el dibujo de una hoz o utensilio similar. Curiosamente, en la escritura de los moabitas (s. IX a. C.), un pueblo nómada emparentado y enfrentado con el hebreo, que se estableció al Este del mar Muerto, en lo que hoy sería Jordania, hallamos un signo prácticamente idéntico a nuestra Z. En el alfabeto fenicio, en el griego y en el etrusco, se transforma en una línea vertical con una base y un tope, algo parecido a nuestra I. A veces la línea transversal superior salía hacia la izquierda y la inferior a la derecha, con lo que la figura se asemejaba más a la Z. No está claro ni cuándo ni cómo llegó esta letra al alfabeto latino, que terminaba con la X. Sabemos que su uso fue criticado, por extranjerismo, por varios autores latinos, que propusieron el uso de la S para sustituirla. Sobre el año 300 a. C., uno de ellos, Apio Claudio, llegó a decir que debía ser eliminada porque para pronunciarse -entonces representaba al sonido [ts]- había que colocar la mandíbula y la boca en la posición en la que las tienen los muertos antes de ser amortajados.
  A pesar de todos los ataques, la Z acabó teniendo suerte y en el latín tardío y en las lenguas neolatinas vino muy bien para representar nuevos sonidos que se estaban generando. Después, ya se sabe, prácticamente hasta que a principios del siglo XVIII puso orden la Real Academia, se produjo en nuestra lengua la confusión babélica entre c, ç, s, ss, z, que nos ha dejado hoy el ceceo y el seseo en las hablas meridionales y en el español de América.

Diccionario del origen de las palabras. 2000.

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